La vida comienza junto con un caos y en una turbación tan específica para los habitantes de esta urbe, que de pronto nos olvidamos que en efecto, hay algo más allá fuera de la rutina que nos programa como robots modernos. Nuestros ojos se abren y el fluir de lo cotidiano comienza rápidamente, a llenar el vaso de nuestra vida con acciones. Un torrente de hechos, muchos de estos sin sentido, pero absolutamente necesarios, se vuelven parte de una rutina vertiginosa e inamovible. Despertar, trabajar, ponerse corbata, usar zapatillas, ir a la escuela, comer, dormir, discutir, discurrir, acciones que se realizan de manera automática, pero se consideran prioritarias.
En la película “Anne Hall”, de Woody Allen, se cuenta un chiste que dice que la vida se parece a un restaurante donde la comida es horrible y además la sirven en porciones diminutas; aún así, todos queremos una reservación ahí. ¿En qué punto entre la reservación al restaurante y sentarnos a la mesa, se nos pierde la naturalidad de la simpleza? ¿Será que en algún punto entre el platillo de porciones diminutas y la llamada telefónica para reservar, se nos olvida de dónde venimos y qué queremos? ¿En qué momento, un restaurante con comida horrible, se vuelve el centro de nuestras tribulaciones, aspiraciones y conductas?
Sin duda, la ciudad y en sí la civilización misma, como diría Freud, tiene la portentosa capacidad de neurotizar a todos a favor de una convivencia común más agradable y llevadera. El costo de esta sociedad culturizada y de buenos modales es desde luego: la neurosis. Muchas veces, este término se relega a los parámetros de la locura, sobre todo cuando se tiene poco contacto con las teorías psicoanalíticas. Sin embargo, a la lupa de esta disciplina descubrimos, muchas veces con asombro fingido, que todos tenemos algo de neuróticos y que además esto es perfectamente normal.
Desde luego que la pareja de amantes efusivos civilización y modernidad, no es la única culpable de la neurosis que nos evita esbozar respuestas a las preguntas aparentemente ontológicas de un inicio. Bastará, por ejemplo, con acercarnos a otras comunidades que si bien viven en la ciudad, están muy por debajo de sus niveles neuróticos, tal es el caso de las personas con capacidades diferentes. Ellas, a pesar de sus limitaciones físicas y mentales, forman comunidades donde lo que prevalece es la libertad del ser. Dejan de lado cualquier regla social que no les permita dos cosas: su supervivencia y una convivencia armónica. Se olvidan entonces de pesadas reglas morales que compliquen, de manera innecesaria, su vida. Simplemente se divierten y comen en otro tipo de restaurantes que además, no requieren reservación alguna.
Así, no importa tanto quedar a la deriva en los fluidos con que, para bien o mal, llenamos los vasos de nuestra vida cotidiana. Siempre y cuando, no perdamos de vista la simpleza de los actos que la caracterizan y lo fácil que resulta romper una rutina cuando desechamos la neurosis. Tal vez, el poeta Peter Handke en su ‘Canción de infancia’ ayude un poco a comprender mejor: “cuando el niño, niño era, no tenía hábitos […] lanzó una rama cual lanza a un árbol, y ésta sigue ahí aún, temblando.” Finalmente, la réplica a todas las cuestiones anteriores se encuentre quizás, en una pregunta formulada por aquél Yo infantil que buscaba, de manera inocente y sin malicia, la respuesta a su pregunta fundamental: ¿qué buscan los adultos en ese restaurante, cuando aquí hay tantos árboles que me dan frutas? Después de todo, la vida no se hizo para reservarse y las reservaciones no se hicieron para comer en un buen lugar.
martes, 25 de noviembre de 2008
Vivir sin reservas (ensayo)
Por Giovanna Villarreal Estrada
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1 comentario:
Este ensayo me parece muy bueno ya que combina muy bien los conocimientos sobre un tema con algunas cuestiones metafóricas, además de que la autora argumenta de manera correcta y con ejemplos las soluciones posibles del problema. En una ciudad como la nuestra es común que la gente sufra de neurosis por el ritmo de vida tan monótono que llevan, sin embargo como la autora describe puede haber nuevas formas o alternativas para romper con lo cotidiano.
El texto es muy bueno ya que facilita la comprensión del problema central, además de que sustenta sus opiniones con algunas palabras o frases de otros autores.
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